[stextbox id=”alert”]Eve Ensler es autora de la celebrada obra “Monólogos de la vagina” . El éxito de su obra la llevó a fundar V-Day -movimiento en contra de la violencia a las mujeres-.[/stextbox]
Por mucho tiempo éramos “yo” y mi cuerpo. “Yo” estaba formada de historias, de anhelos, de luchas, de deseos de futuro. “Yo” estaba tratando. de no ser el resultado de mi pasado violento, pero la separación que había ocurrido ya entre “yo” y mi cuerpo era un resultado bastante significativo. “Yo” estaba siempre tratando de convertirse en algo, alguien. “Yo” solo existia en el intento. Mi cuerpo a menudo se interponía en el camino.
“Yo” era una cabeza flotante. Por años, yo solo usaba sombreros. Era una manera de mantener mi cabeza sujeta. Era una manera de localizarme a mi misma. Me preocupaba que si me quitaba el sombrero no estaría más aquí Tuve un terapeuta que me dijo una vez: “Eve, has estado viniendo por dos años, y, para ser honesto, nunca se me ocurrió que tuvieras un cuerpo”. Todo este tiempo he vivido en la ciudad, porque, sinceramente, me asustaban los árboles. Nunca tuve bebés porque las cabezas no pueden dar a luz. Los bebés no salen de tu boca.
Como no tenía un punto de referencia para mi cuerpo, comencé a preguntarle a otras mujeres sobre sus cuerpos, en particular, sus vaginas, porque pensaba que las vaginas eran algo así como importante. Esto me llevó a escribir “Los Monólogos de la Vagina” lo que me puso a hablar obsesiva e incesantemente sobre vaginas, siempre que pudiese. Lo hice frente a muchos extraños. Una noche en el escenario, realmente entré en mi vagina. Fue una experiencia extática. Me asustó, me energizó, y entonces me convertí en una persona orientada, una vagina orientada.
Comencé a ver mi cuerpo como una cosa, una cosa que podía moverse rápido, como una cosa que podía conseguir otras cosas, muchas cosas, todas al mismo tiempo. Comencé a ver mi cuerpo como un iPad o un auto. Lo manejaría y le demandaría cosas. No tenía límites. Era invencible. Debía ser conquistado y dominado como la Tierra misma. No le prestaba atención; no, lo organizaba y lo dirigía. No tenía paciencia para mi cuerpo. Lo moldeé bruscamente. Fuí mezquina. Tomé más de lo que mi cuerpo tenía para ofrecer. Si estaba cansada, tomaba más cafés expresos. Si estaba asustada, iba a lugares más peligrosos.
Ah, seguro, seguro, tuve momentos de mayor aprecio por mi cuerpo, del modo en que un padre abusivo puede a veces tener momentos de bondad. Mi padre fue bondadoso conmigo en mi cumpleaños 16, por ejemplo. Oí murmurar algunas veces que yo debía amar mi cuerpo, entonces aprendí a hacerlo. Era vegetariana, me mantenía sobria, no fumaba. Pero todo esto solo era una manera más sofisticada de manipular mi cuerpo, una disociación mayor, como plantar un campo de vegetales en una autopista.
Como resultado de hablar tanto sobre mi vagina, muchas mujeres comenzaron a contarme sobre las suyas, sus historias sobre sus cuerpos. Sus historias me llevaron alrededor del mundo, y he estado en más de 60 países. He escuchado miles de relatos. Y debo decirles, que hubo siempre un episodio en que las mujeres compartían conmigo ese momento particular en que se separaron de sus cuerpos, dejaron sus casas. Escuché sobre mujeres acosadas en sus camas, azotadas en sus burcas, abandonas a la muerte en aparcaderos, quemadas con acido en sus cocinas. Algunas mujeres se silenciaron y desaparecieron. Otras se volvieron locas, trabajando como máquinas, como yo.
En medio de mis viajes, cumplí 40 y comencé a odiar mi cuerpo, lo que era realmente un progreso, porque al menos mi cuerpo existía lo suficiente como para odiarlo. Bueno, mi estómago; era mi estómago lo que odiaba. Era la prueba de que no estaba a la altura, que era vieja, no fabulosa, no perfecta o capaz de ajustarme a una imagen corporativa predeterminada. Mi estómago era la prueba de que yo había fallado, de que me había fallado, que estaba roto. Mi vida se convirtió en sacármelo de encima; una obsesión por deshacerme de él. Se convirtió en algo tan extremo que escribí una obra de teatro sobre él. Pero cuanto más hablaba de él, más se transformaba en un objeto y más se fragmentaba mi cuerpo. Se convirtió en un entretenimiento; en un nuevo tipo de mercancía, algo que estaba vendiendo
Luego fui a otro lugar. Salí de lo que creía conocer. Me fui a la Republica Democratica del Congo. Y escuché historias que hicieron añicos todas las otras. Escuché relatos que se metieron en mi cuerpo. Me enteré de esta pequeña niña que no podía dejar de orinarse encima porque tantos soldados mayores se habían metido dentro de ella. Escuché sobre una mujer de 80 años cuyas piernas fueron quebradas y arrancadas de sus coyunturas y dobladas sobre su cabeza mientras los soldados la violaban. Hay miles de estas historias. Muchas de las mujeres tenían agujeros en sus cuerpos, agujeros, fístulas, que eran violaciones de guerra, agujeros en el tejido de sus almas. Estas historias saturaron mis células y mis nervios. Para ser honesta, dejé de dormir por tres años.
Todas estas historias comenzaron a sangrar al mismo tiempo. La violación de la tierra, el ultraje de minerales, la destrucción de vaginas; ninguna estuvo separada de las otras, o de mí. Los milicianos violaban bebés de seis meses para que países muy lejanos pudieran tener acceso al oro y al coltán para sus iPhones y computadoras. Mi cuerpo no solo se había convertido en una máquina de trabajo, sino que ahora era responsable por destruir los cuerpos de otras mujeres en esta loca empresa de crear más máquinas para sostener la velocidad y eficiencia de mi máquina.
Luego contraje cáncer, o descubrí que tenía cáncer. Llegó como un pájaro a toda velocidad estrellándose contra el cristal de una ventana. De pronto, tenía un cuerpo, un cuerpo que fue pellizcado y hurgado y pinchado, un cuerpo abierto al medio; un cuerpo al que sacaron órganos y fue transportado, arreglado y reconstruido; un cuerpo que era examinado y que tenía tubos metidos en él; un cuerpo que se estaba quemando con químicos. El cáncer explotó la pared de mi desconexión. Comprendí, de pronto, que la crisis en mi cuerpo era la crisis del mundo, no es que ocurriría más tarde; sino que estaba ocurriendo ahora.
De pronto, el mío era un cáncer que estaba en todos lados; el cáncer de la crueldad, el cáncer de la codicia, el cáncer que se mete dentro de la gente que vive por las calles de las plantas químicas, y que son usalmente pobres; el cáncer dentro de los pulmones de los mineros de carbón, el cáncer del estrés por conseguir lo que no es suficiente, el cáncer del trauma enterrado, el cáncer de los pollos enjaulados y peces contaminados, el cáncer de los úteros de mujeres violadas, el cáncer que está en todas partes por nuestro descuido.
En su reciente libro visionario, “Nuevo Individuo, Nuevo Mundo”, el escritor Philip Shepherd dice, “Si estás dividido de tu cuerpo, también estás separado del cuerpo del mundo, que entonces aparece como otro distinto de tí, o separado de tí, en lugar de vivir un contínuo al que perteneces” Antes del cáncer, el mundo era algo distinto. Era como si estuviese viviendo en una pileta estancada y el cáncer dinamitó la roca que me separaba del mar mayor. Ahora estoy nadando. Ahora me acuesto en el césped, froto mi cuerpo en él y disfruto el barro entre mis piernas y pies. Ahora hago un peregrinaje diario para visitar un sauce llorón a la orilla del Sena, y estoy hambrienta de campos verdes en los matorrales en las afueras de Bukavu. Y cuando caen lluvias fuertes, grito y corro en círculos.
Sé que todo está conectado y la cicatríz que baja por mi torso es la marca del terremoto. Estoy allí con tres millones en las calles de Puerto Príncipe. El fuego que me quema el tercer día, de seis de quimio, es el fuego que está quemando los bosques del mundo. Sé que los abcesos que crecieron alrededor de mi herida luego de la operación, de 16 onzas de pus, son la contaminación del Golfo de México; había pelícanos saturados de petróleo dentro mío y peces muertos flotando. Los catéteres que me metieron sin la medicación apropiada me hicieron gritar del modo en que la Tierra grita por las perforaciones.
En mi segunda quimio, mi madre enfermó gravemente y fui a verla. Y en nombre de la conexión, la única cosa que quería antes de morir era ser llevada a casa, al lado de su amado Golfo de México. Entonces, la trajimos, y recé para que el petróleo no llegara a su playa antes de que muriera. Y afortunadamente, no llegó. Y ella murió tranquila en su lugar favorito.
Unas semanas después, yo estaba en Nueva Orleans, y esta hermosa, espiritual amiga me dijo que quería hacerme una curación. Y yo me sentí honrada. Fui a su casa, era de mañana, el sol matutino de Nueva Orleans se filtraba por las cortinas. Mi amiga estaba preparando este recipiente grande, y le dije: “¿Qué es?” Y ella dijo: “Es para tí. Las flores lo hacen bello, y la miel lo hace dulce”. Y yo dije: “Pero ¿qué es la parte del agua?” Y en nombre de la conexión, ella dijo, “Ah, es el Golfo de México” Y yo dije: “Por supuesto que sí”. Otras mujeres llegaron y se sentaron en círculo, y Micaela bañó mi cabeza con el agua sagrada. Y cantó; quiero decir, todo su cuerpo cantó. Las otras mujeres cantaron y rezaron por mí y por mi madre.
Y cuando el agua tibia del Golfo lavó mi cabeza desnuda, me dí cuenta de que incluía lo mejor y lo peor de nosotros. Era la codícia y la imprudencia que llevaron a la explosión de perforaciones. Eran todas las mentiras dichas, antes y después. Era la miel en el agua lo que lo hacía dulce, era el petroleo lo que lo enfermaba. Era mi cabeza la que estaba pelada y cómoda, ahora sin un sombrero. Era todo mi ser derritiéndose en la falda de Micaela. Eran las lágrimas, no distinguibles del Golfo, que rodaban por mis mejillas. Era finalmente estar en mi cuerpo. Era la tristeza que se ha quedado tanto tiempo. Fue encontrar mi lugar y la enorme responsabilidad que viene con la conexión. Era la continuidad de la devastadora guerra en el Congo y la indiferencia del mundo. Eran las mujeres congolesas que están levantándose ahora. Era mi madre partiendo, justo en el momento en que yo estaba naciendo. Era darme cuenta que había estado muy cerca de la muerte, del mismo modo que la Tierra, nuestra madre, escasamente aguanta, de la misma forma que el 75 por ciento del planeta escasamente logra salir adelante, del mismo modo que hay una receta para la supervivencia.
Lo que aprendí tiene que ver con la atención y los recursos que todo el mundo se merece. Fue convocar amigos y una amorosa hermana. Fueron médicos sabios, medicina avanzada y cirujanos que sabían qué hacer con sus manos. Fueron enfermeras mal pagas y realmente cariñosas. Fueron curas mágicas y aceites aromáticos. Fue gente que vino con hechizos y rituales. Fue tener una visión del futuro y algo por qué luchar, porque yo sabía que esta batalla no es mía. Fue un millón de plegarias. Fueron mil aleluyas y un millón de oms. Fue un montón de ira, humor insano, un montón de atención e indignación. Fue energía, amor y alegría. Fueron todas estas cosas. Fueron todas estas cosas Fueron todas estas cosas en el agua, en el mundo, en mi cuerpo.
(Aplausos)
Tomado íntegro de Ted, Ideas que vale la pena difundir.
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